La caída del Muro de Berlín marca un punto de inflexión en
la singladura de la política mundial, a partir del llamado Consenso de
Washington (1989), cuando empieza la gran oleada de neoliberalismo que invade
el planeta hasta nuestros días. Hasta entonces, un par de pruebas destacables con efectos
desiguales: por un lado, Reagan, con un resultado nefasto dado su gran apego al
gasto militar y a las guerras; y, por otro, Thatcher, con algún resultado
positivo en materia económica, pero acompañado de desastre a nivel social.
Podemos decir que en economía, el neoliberalismo, es darle
otra vuelta de tuerca al capitalismo: mientras que el liberalismo más
clasicista supone un modelo moderado de capitalismo, el neoliberalismo supone
un modelo más salvaje, radical y agresivo, lo que lleva a ahondar en las
desigualdades que ya de por sí lleva implícitas el sistema.
Es a partir de 1989 cuando (como si de una logia masónica se
tratara) se dictamina que en la década de los 90 y de forma discreta y
democrática (no como antaño a través de golpes de estado y dictaduras
militares) los escogidos líderes neoliberales deben ponerse al frente de los
principales gobiernos y comenzar la primera fase de la gran revolución
económica: el objetivo, controlar cada vez más poder a través de controlar cada
vez más dinero.
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